Mark 15

Jesús ante Pilato

1Inmediatamente, a la madrugada, los sumos sacerdotes tuvieron consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanhedrín, y después de atar a Jesús, lo llevaron y entregaron a Pilato
1. Pilato era gobernador y representante del emperador romano, de cuyo imperio formaba parte la Judea. Sin el permiso del gobernador los judíos no podían condenar a muerte (Jn. 18, 31; 19, 6 s.).
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2Pilato lo interrogó: “¿Eres Tú el rey de los judíos?” Él respondió y dijo: “Tú lo dices”
2 ss. Véase Mt. 27, 11 ss.; Lc. 23, 2 ss.; Jn. 18, 29 ss.
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3Como los sumos sacerdotes lo acusasen de muchas cosas, 4Pilato, de nuevo, lo interrogó diciendo: “¿Nada respondes? Mira de cuántas cosas te acusan”. 5Pero Jesús no respondió nada más, de suerte que Pilato estaba maravillado
5. No respondió nada más: No era un rey que se imponía por la violencia (Mt. 26, 53), sino que, al contrario, la sufría (Mt. 11, 12; Jn. 18, 36). La Sinagoga lo rechazó formalmente (Jn. 19, 15; cf. Lc. 19, 14), no obstante la actitud del pueblo (11, 10; Mt. 21, 1-11; Lc. 19, 29-45; Jn. 12, 12 ss.).
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Pospuesto a Barrabás

6Mas en cada fiesta les ponía en libertad a uno de los presos, al que pedían. 7Y estaba el llamado Barrabás, preso entre los sublevados que, en la sedición, habían cometido un homicidio. 8Por lo cual la multitud subió y empezó a pedirle lo que él tenía costumbre de concederles. 9Pilato les respondió y dijo: “¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?” 10Él sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. 11Mas los sumos sacerdotes incitaron a la plebe para conseguir que soltase más bien a Barrabás
10 s. Véase la nota a Mt. 27, 18.
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12Entonces, Pilato volvió a tomar la palabra y les dijo: “¿Qué decís pues que haga al rey de los judíos?” 13Y ellos, gritaron: “¡Crucifícalo!” 14Díjoles Pilato: “Pues, ¿qué mal ha hecho?” Y ellos gritaron todavía más fuerte: “¡Crucifícalo!” 15Entonces Pilato, queriendo satisfacer a la turba, les dejó en libertad a Barrabás; y después de haber hecho flagelar a Jesús, lo entregó para ser crucificado
15. Pilato había preguntado a Cristo qué verdad era aquella de que Él daba testimonio y no aguardó siquiera la respuesta (Jn. 18, 38), que le habría revelado las maravillas de los profetas (cf. Rm. 15, 8). De esta despreocupación por conocer la verdad nacen todos los extravíos del corazón. Pilato ha quedado para el mundo —que lo reprueba sin perjuicio de imitarlo frecuentemente— como el prototipo del juez que pospone la justicia a los intereses o al miedo. Véase en el Sal. 81 y sus notas las tremendas maldiciones con que Dios fulmina a cuantos abusan del poder.
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El Rey de burlas coronado de espinas

16Los soldados, pues, lo condujeron al interior del palacio, es decir, al pretorio, y llamaron a toda la cohorte
16 ss. Véase Mt. 27, 27 ss.; Jn. 19, 2 s.
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17Lo vistieron de púrpura, y habiendo trenzado una corona de espinas, se la ciñeron. 18Y se pusieron a saludarlo: “¡Salve, rey de los judíos”. 19Y le golpeaban la cabeza con una caña, y lo escupían, y le hacían reverencia doblando la rodilla. 20Y después que se burlaron de Él, le quitaron la púrpura, le volvieron a poner sus vestidos, y se lo llevaron para crucificarlo.

Simón de Cirene

21Requisaron a un hombre que pasaba por allí, volviendo del campo, Simón Cireneo
21. Marcos no solo menciona a Simón , sino también a sus hijos Alejandro y Rufo, conocidos en Roma, donde el Evangelista escribió su Evangelio (Rm. 16, 13). Esto demuestra que Simón con su familia se convirtió a la religión cristiana, sin duda como una gracia que Jesús concedió al que llevaba con Él la Cruz, aunque no lo hubiese aliviado mucho. Véase Lc. 23, 26 y nota.
, el padre de Alejandro y de Rufo, para que llevase la cruz de Él.
22Lo condujeron al lugar llamado Gólgota, que se traduce: “Lugar del Cráneo”
22 ss. Véase Mt. 27, 33; Lc. 23, 32 ss.; Jn. 19, 17 ss.
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Crucifixión de Jesús

23Y le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero Él no lo tomó. 24Y lo crucificaron, y se repartieron sus vestidos, sorteando entre ellos la parte de cada cual. 25Era la hora de tercia
25. La hora de tercia, o sea, el segundo cuarto del día que comenzaba a las nueve y terminaba a las doce. Según S. Juan (19, 14) eran casi las doce.
cuando lo crucificaron.
26Y en el epígrafe de su causa estaba escrito: “El rey de los judíos”.

27Y con Él crucificaron a dos bandidos, uno a la derecha, y el otro a la izquierda de Él. 28Así se cumplió la Escritura que dice: “Y fue contado entre los malhechores”
28. Véase Is. 53, 12; Sal. 21, 8; 108, 25.
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29Y los que pasaban, blasfemaban de Él meneando sus cabezas y diciendo: “¡Bah, Él que destruía el Templo, y lo reedificaba en tres días!
29. Cf. 14, 58; Jn. 2, 19.
30¡Sálvate a Ti mismo, bajando de la cruz!” 31Igualmente los sumos sacerdotes escarneciéndole, se decían unos a otros con los escribas: “¡Salvó a otros, y no puede salvarse a sí mismo! 32¡El Cristo, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que veamos y creamos!” Y los que estaban crucificados con Él, lo injuriaban también. 33Y cuando fue la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona. 34Y a la hora nona, Jesús gritó con una voz fuerte: “Eloí, Eloí, ¿lama sabacthani?”, lo que es interpretado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
34. Jesús no padeció a la manera de los santos mártires, que sufrían confortados por la gracia. Su alma estaba oprimida por el peso de los pecados que había tomado sobre sí (cf. Ez. 4, 4 ss. y nota), pues su divinidad permitió que su naturaleza humana fuera sumergida en un abismo insondable de sufrimientos. Las palabras del Sal. 21, que Jesús repite en alta voz, muestran que el divino Cordero toma sobre sí todos nuestros pecados. Véase nuestro comentario a dicho Salmo.
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35Oyendo esto, algunos de los presentes dijeron: “¡He ahí que llama a Elías!” 36Y uno de ellos corrió entonces a empapar con vinagre una esponja, y atándola a una caña, le ofreció de beber, y decía: “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”
36. Sobre el misterio de Elías, véase 9, 12 s. y nota.
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37Mas Jesús, dando una gran voz, expiró
37. El Hijo de Dios muere emitiendo una gran voz para mostrar que no le quitan la vida sino porque Él lo quiere, y que en un instante habría podido bajar de la cruz y sanar de sus heridas, si no hubiera tenido la voluntad de inmolarse hasta la muerte para glorificar al Padre con nuestra redención (Jn. 17, 2; cf. Mt. 26, 42 y nota). Los evangelistas relatan que Jesús murió en viernes y, según los tres más antiguos, cerca de la hora nona, es decir, a las tres de la tarde.
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38Entonces, el velo del Templo se rasgó en dos partes, de alto a bajo. 39El centurión, apostado enfrente de Él, viéndolo expirar de este modo, dijo: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!”
39 ss. Véase Mt. 27, 54 ss.; Lc. 23, 47 ss.; Jn. 19, 38 ss.
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40Había también allí unas mujeres mirando desde lejos, entre las cuales también María la Magdalena, y María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, 41las cuales cuando estaban en Galilea, lo seguían y lo servían, y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén.

Sepultura de Jesús

42Llegada ya la tarde, como era día de Preparación
42. Preparación: Los judíos llamaban así el viernes, pues se preparaba en este día todo lo necesario para el sábado, en que estaba prohibido todo trabajo.
, es decir, víspera del día sábado,
43vino José, el de Arimatea, noble consejero, el cual también estaba esperando el reino de Dios. Este se atrevió a ir a Pilato, y le pidió el cuerpo de Jesús
43. El heroísmo de José de Arimatea no tiene paralelo. Intrépido, confiesa pública y resueltamente ser partidario del Crucificado, confirmando las palabras con sus obras, mientras los apóstoles y amigos del Señor están desalentados y fugitivos. El Evangelio hace notar expresamente que José esperaba el reino de Dios, en lo cual vemos que esa esperanza era común entre los discípulos. Véase 10, 35 y nota; 11, 10; Mt. 23, 39; Lc. 19, 11; Hch. 1, 6; 2 Tm. 4, 1; Hb. 2, 8; 10, 37, etc.
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44Pilato, se extrañó de que estuviera muerto; hizo venir al centurión y le preguntó si había muerto ya. 45Informado por el centurión, dio el cuerpo a José; 46el cual habiendo comprado una sábana, lo bajó, lo envolvió en el sudario, lo depositó en un sepulcro tallado en la roca, y arrimó una loza a la puerta del sepulcro. 47Entre tanto, María la Magdalena y María la de José observaron dónde era sepultado.
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